lunes, 20 de febrero de 2012


El césped en el que estábamos recostados se encontraba mojado y sucio, pero eso no importaba demasiado.
El clima frío era una comodidad, un lujo que habíamos podido darnos; las nubes que se alzaban sobre nosotros obstruían el paso de la luz del sol provocando que el cielo se viera de un monótono color gris, algo reconfortante. A lo lejos se divisaban inmensos campos color violeta, el mismo variaba según las zonas, pero eso daba igual porque ella sólo tenía ojos para él.
Mi mirada estaba clavada inmóvil y sin vergüenza o temor en su todo ser, en la presencia positivamente divina y la ausencia que emanaba desde lo más profundo de esa persona de contexión delgada y movimientos indiferentes. Con solo observarlo podía decir que varios pensamientos de todo tipo se filtraban cada vez más rápido por su cerebro, y yo, ávida por saber de qué trataban me dedicaba a admirar cada una de sus facciones en busca de una respuesta válida a ese sentimiento vago pero profundo que se generaba en mi interior cuando pasaba de observar sus ojos, directamente a sus labios entreabiertos por el desconcierto que alguna idea loca que sólo él entendía le producía.
Giró la cabeza repentinamente, y al mirarme pude sentir cómo mi corazón se salteaba un latido, y luego seguía su curso, reproduciendo una irregular melodía.
Apenas mis ojos volvieron a encontrarse con los suyos, desvié la mirada como si quemase, y, en cambio, la fijé en un árbol.
Era alto e imponente, sus ramas y raíces se retorcían en busca de luz, y, si tenían suerte, agua. Había una aureola algo macabra a su alrededor, con sus ramas enredándose entre sí y las finas hojas tocándose delicadamente, mientras se mecían leves bajo ese viento seco e invernal.
Sentí la necesidad de voltearme e inundarme con lo tranquilizante de su presencia, y cuando, tímidamente, lo hice me encontré con su mirada clavada en la mía.  Otro latido que se perdió en algún lugar profundo de mi, otra vez ese sentimiento de parálisis que se sentía como un calambre: abrumador al principio, pero se esfumaba con el tiempo.
Había una duda que me carcomía y vivía en mi cabeza desde que mis ojos se habían posado en él por primera vez...¿Sabía en verdad lo perfecto que era?¿Era consciente de que todo lo que lo rodeaba era vago y para nada atractivo comparado con su sola presencia?
Cuando sus ojos acariciaron los míos fue como si pudiese contemplar mi alma, con todos sus defectos y virtudes, y me hundí sin miedo en la fosa sin fin que significaba su mirada, sintiéndome vacía al ver que no tenía fin, ya que todo lo que era, fui, y probablemente, sería, estaba plasmado en una sola persona que no era yo.
Eramos dos seres humanos igualmente diferentes. Nuestras principales diferencias estaban basadas en el sexo y la edad, aunque podría decirse 'sexo y altura'. Su rebeldía y encanto lo definían de una manera levemente sensual, y lo único que me definía era la determinación a no perderlo nunca.
Una sonrisa tonta se escapó de mis labios al observarlo por un período de tiempo indeterminado, pudiendo así confirmar lo hermoso que era cuando perdía el hilo y su mirada colgaba ausente de la mía, vagando entre pensamientos y lo que quién sabe su cerebro le decía.
Eso no me molestaba ni parecía extraño, mi cerebro también me hablaba pero si..oh, si tuviera su voz.. le haría caso más seguido, y más de una vez escucharía algún que otro monólogo que tuviera para decirme.
Y, una vez más me volví a perder en la leve curva de sus labios, en el sólo pensar de acariciarlos suavemente me hizo estremecer. Había algo cautivador en la manera en que los movía al hablar, y otra sonrisa se asomó.
Estaba hipnotizada ante él. Su manera de pensar era más que reconfortante y la forma en que exteriorizaba su personalidad era sutilmente provocadora. Cada movimiento parecía carecer de anticipación, pero a la vez era tan meticuloso.
Sí, definitivamente algo en su interior debía afirmarle con mucha razón que era la perfección.



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