viernes, 2 de marzo de 2012


Y cada vez que sonreía me enamoraba. Tenía esa capacidad de hacer parecer profundas cosas nimias, y con ese solo acto repartir sonrisas por doquier como si fueran tan fáciles de obtener.
¿Alguna  vez sentiste quemar dentro de tu alma el fuego de algo que te apasiona, que te hace sentir completo? Pues él era mi llama, y siempre que estuviéramos juntos sentía que lo tenía todo, que no necesitaba nada más para sentirme aún más cómo realmente era.
Un sentimiento oscuro y deprimente me envolvía cuando no  estaba, o cuando ni siquiera hablaba  con él, y debía conformarme con pensarlo, creo que a veces él también debía conformarse, pero nunca cómo yo. Nadie nunca sentía como yo, no sabía si eso era algo bueno o jodidamente contradictorio. Yo amaba de una manera apasionada y salvaje, inundándome de sentimientos y tratando de asfixiarme de la otra persona: de su personalidad, su olor, su mirada, su presencia. Un sentimiento fuerte, un lazo amarrado con un moño que parece débil y delicado, pero termina por ser indesatable. 
Pero me conformo. Conformarse no es una palabra que está dentro de mis fuertes, pero cuando viene al arte de amar me rindo. No hay porqué lucharle al orgullo o a las ganas de encontrar a alguien que ame como yo.
También debo admitir que soy algo ciega y cerrada en algunos aspectos del amor, como ser el que el otro encuentre algún tipo de belleza no fingida en mí, o lo que respecta directamente en decifrar la profundidad de las dos letras principales que protagonizan un amor verdadero. Por días vivía al límite entre hablar o herirme a mi misma para no hacerlo a los demás.
Pero aunque mi instinto me diga lo contrario, todo mi ser me insta a creer firmemente que me amas como yo a tí, incluso más, a veces; y, que, de algún modo, encontré quién me salve y también a quién salvar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario