Llegó a mi como una pregunta sin respuesta; un
interrogante insistente en la vida de una persona con todos los recursos para
responderla, pero que carecía de la imaginación necesaria para resolver aquel
enigma que representaba una chica de contextura delgada, rubios y largos
cabellos, junto con un rostro de facciones suaves pero, a la vez, afanosamente
decididas.
Cuando se sentó a mi lado, la brisa fría e
indiferente acarició mi semblante. La miré a los ojos y pude ver en ellos un
océano como el que nos rodeaba, sólo que lleno de sabiduría y de utopías
variantes que parecían nunca morir a pesar de su evidente imposibilidad.
Pestañeó una, dos, tres veces antes de que unas palabras lentamente se
escaparan de sus labios.
-Es hermoso,
¿no crees?
No supe a qué se refería en un principio, pero
arduamente llegué a la conclusión de que se estaba refiriendo a la profundidad
del océano, que escondía bajo su manto de olas miles de secretos,
indescifrables para la mente humana. Era intocable como el cielo, pero de
alguna manera estaba ahí, alzándose frente a nuestros ojos, abrazándonos con un
hálito que aparentaba ser cálido pero nos helaba hasta los huesos.
A lo lejos creí vislumbrar una figura en movimiento,
dócil como una gacela, pero rodaba violentamente arrastrada por las olas que
azotaban la orilla, hasta quedar, inconsciente, en la firme arena con un
aspecto de mala muerte alarmante.
Sentado al lado de la mujer más impredecible del
universo, los dos parecíamos inmunes a lo que le sucedía a esa pequeña niña,
inescrutables ante la escena que se desarrollaba frente a nuestros ojos,
inundándolos de una pena totalmente ajena. La infante atravesaba una lucha
constante y agotadora solo para ponerse de pie, ya que la marea la hacía
desistir bruscamente cada vez que tenía éxito en su tarea.
En un momento lloró por ayuda, y se dejó caer al no
recibirla, siendo arrastrada por la corriente que la alejaba a alta velocidad
de cualquier indicio de vida humana que pudiera auxiliarla. Aunque no podía
verla, su llanto se escuchaba perfectamente, combinado con el murmullo
constante de las olas rompiendo contra la costa.
Podía oír el eco de mi respiración cuando la empatía
hizo vibrar cada célula de mi ser con una corriente eléctrica sorprendente.
Todo estaba tranquilo, en un estilo de reposo inmutable que fue roto de una
manera repentina, como la calma que antecede un gran huracán. Me levanté y
corrí, corrí por mi vida, por la suya, por la de alguien; sólo sabía que algo
en el hecho de que el océano se engullera a esa niña para hacerla un secreto
más, que perturbaba mi alma de una forma enfermiza.
Llegué allí agitado, y comencé a buscar con la
mirada desesperado, el mar se extendía frente a mí, inestable y violento justo
como esa adolescente que seguía sentada indiferente a mis actos. Algo golpeó
contra mis piernas, que estaban bajo el agua, era el cuerpo inerte de la
muchacha más hermosa, pura e inmaculada en la que alguna vez mis ojos se hayan
posado.
La decepción no inundó mi alma de la manera que creí
que lo haría, simplemente me sentía vacío, como si una gran parte de mi hubiese
muerto con esa niña de tan solo doce años, hermosos rizos y unos ojos de color
esmeralda que antes refulgieron con un último brillo de vigor y obstinación,
ahora estaban teñidos en una mueca de terror paralizante.
Una última aventura, para ella y para mí, en la que
nos precipitamos y terminamos fluyendo una vez más en la nada.
Cerré mis ojos llenos de cansancio, dejándome llevar
por la brisa y la marea, de la misma manera en que lo hizo ella, debería decir.
Pero nada de eso sucedió, no caí sobre el agua arenosa ni fui devorado por los
secretos que encerraba aquel manto azul marino que cubría áreas entre
continentes, simplemente abrí los ojos confundido.
Otra vez me encontraba recostado al lado de aquella
joven extraña, su vista no se había separado ni un momento de la grandeza del océano
como si esperara encontrar la respuesta al enigma que llevaba en su interior;
como si de alguna manera fuera a decirle quién ser. Y aunque una persona
promedio se frustraría al no recibir ni una respuesta, ella se lo tomaba con
calma, casi no se podía vislumbrar su irritación al ser totalmente opacada por
la furia que hacía que aquellas olas se alzaran en lo alto, solo para caer en
picada y mezclarse entre ellas para volver a formarse.
-No
entiendo. ¿Qué ha pasado? –Pregunté desorientado.
Juro que escuché una risa hermosa salir de sus
labios, pero estos ni siquiera esbozaron una sonrisa, como si nunca hubiese
pasado.
-Sólo el
ciclo de la vida, compañero, sólo eso.
Aferrarse y dejar ir.

No hay comentarios:
Publicar un comentario