No me dí cuenta que era él hasta que
chocamos como dos supernovas en medio del espacio, el hecho de que me cogiese
desprevenida sólo entorpecía las cosas. ¡Todavía no estaba ni por asomo
preparada para encontrarme con aquel joven que me intimidaba y cautivaba, todo
de una misma vez!
Tras una serie de movimientos torpes,
su saludo me abrazó como la brisa fresca que escasea en el verano; tranquilizándome
un poco, desactivando mí alarma interior que no paraba de sonar. Estábamos
parados, uno junto al otro, nuestros brazos rozándose y en el momento que
desvió la mirada me atreví a mirarlo tímidamente. ¡Era hermoso!
Su mirada
atrapó la mía sin darle batalla, fue solo un pequeño momento antes que se
separan totalmente para quedar vagando en el olvido y no volverse a encontrar
en toda la velada, o tal vez, en toda una vida.
Lo observé alejarse de mi, como si
fuera un astro que despega rumbo a recorrer toda una galaxia; visible pero
intocable, casi inalcanzable. Perderlo no me había echo ninguna gracia, pero algún
día podría armarme de valor y luchar por lo que quiero; más si lo que quiero es
a él sobrevolando mis cielos y bajando en los momentos oportunos para recordarme
cómo vivir, quién soy, o tal vez, qué hacer cuando todo se derrumba.
¡Tan iguales, pero diferentes! A veces
desearía que las cosas fueran más sencillas, pero no perdería ni medio deseo de
su estrella en ese estúpido y deprimente anhelo.

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